El Dharma, el estado natural de armonía y equilibrio con todo lo que existe, no lo inventó el budismo. Es la verdadera condición natural de las cosas. Cuando encuentras esta naturaleza ya no te hacen falta el budismo ni ninguna otra filosofía o práctica... Por tanto, las enseñanzas son sólo para captar esta verdad y recuperar tu naturalidad. Todo está en esta tierra, en esta vida.

Las verdaderas enseñanzas, prácticas y vigilancia del budismo no son simplemente otro apartado de la vida. Son un cambio en la trayectoria y la forma de andar.

¿Cuál es el primer paso? Ver que existe una naturaleza pura y fantástica más profunda, escondida bajo la máscara externa e interna de tu identidad. Una vez que ves que de verdad hay una presencia mucho más profunda, tienes que recordar constantemente que ésa es tu verdadera mente y que en este momento todo lo que tienes en tu conciencia es producto de una mente manchada.

lunes, 13 de junio de 2011

Otro aparte: la meditación y el sufrimiento


La meditación por sí misma no trae como consecuencia una calma o serenidad que permita entender cuáles son nuestros problemas personales. La meditación es sólo una parte de un conjunto de tres ramas:

- Enseñanzas
- Meditación
- Vigilancia de todas las acciones

En este momento lo importante no es saber cuáles son tus problemas. Lo que importa es que sepas:

- Que estás sufriendo.
- Cuáles son las raíces de tu sufrimiento (deseo y apego, cuya causa es la mente dual).
- Que hay una solución.
- Cuál es el camino apropiado.

Si entiendes esto, podrás trabajar para solucionar los problemas (sus raíces) de modo que éstos dejen de existir. No debes preocuparte por los detalles de los problemas. Buda contaba una pequeña historia al respecto: Si te han herido con una flecha, ¿qué debes hacer? ¿Preocuparte por saber qué tipo de flecha es? ¿Por descubrir quién era el arquero que la disparó? ¿O por arrancar la flecha?

Bien. Arranca la flecha del sufrimiento. Pero ¿cómo? Es cierto que las palabras no sirven para nada, no porque necesariamente sean incorrectas, sino porque la verdad no puede conocerse si no vemos más allá de las palabras escritas o de las palabras pronunciadas por un maestro o maestra. La solución está dentro de ti mismo.

Buda dijo antes de morir: «No busquéis refugio en nada excepto en el Dharma». Ni en sistemas, ni en gurús, ni en maestros, ni en ideas, ni siquiera en el mismo Buda. Y el Dharma está dentro de ti, pero cubierto por una pesada manta. Esta manta es “Mara” (tus identidades) y supone un obstáculo del que difícilmente podrás librarte sin ayuda. Si alguien piensa que librarse de esta manta es fácil, está en un error. Es difícil. Por eso no estamos ante una vía de escape, porque hay que enfrentarse a la verdad, no escapar de ella. Si realmente no deseas enfrentarte a la verdad, podrás jugar contigo mismo, o incluso con un maestro si no tiene la percepción adecuada.

Las drogas, la racionalización, las diversiones, la indiferencia, todos ellos son escapes. Y hay un escape que puede ser tan peligroso como las drogas duras: los pensamientos “intelectuales”. Por ese motivo los libros pueden a veces resultar peligrosos; a veces son válidos para cuestiones
académicas, pero en los libros no puedes encontrar la verdad, ni tampoco en los amigos, en los gurús sin iluminación, en los psicólogos, en los psiquiatras, en los terapeutas, ni siquiera dentro de ti por ti mismo. Si somos realistas, veremos que es así. ¿Quieres solucionar todos los problemas, o sólo parte de ellos?

La vida “civilizada” es terrible. Está llena de confusión, de codicia, de hostilidad. Cierto, pero todos los seres humanos son responsables de ello. Un presidente americano dijo en una ocasión: “Si no eres parte de la solución, tú (no personalmente) eres el problema”.

Todos los individuos pueden eliminar su conciencia contaminada e introducir la sabiduría trascendental. No es fácil; es complicado. Las soluciones no están en los libros, ni en la inteligencia, ni en la observación de los demás, y en rarísimos casos es posible la solución sin maestro. Casi todos necesitan un guía, alguien que:

- Conozca el camino.
- Haya recorrido con éxito ese camino.
- Pueda transmitir la verdad de ese camino interior.
- Y tenga las llaves para ser capaz de abrir las puertas de la persona que solicita ayuda.

El problema no es que las personas no comprendamos la vida, es que la vida, tal como se contempla, no vale para nada. Incluso si eres capaz de entender la vida correcta, es muy diferente de la que llevamos en esta sociedad. Se trata de elegir entre la vida dentro de la basura, como una rata, o vivir una nueva vida basada en la verdadera fuerza de la vida, y no en la fuerza del deseo y el apego de nuestro ego y superego.

Un primer paso es que te preguntes: ¿sufres o no sufres? ¿Cómo? ¿Con un sufrimiento mental, un sufrimiento acompañado de dolor, un sufrimiento de placer equivocado?

Segundo paso: no veas sólo los “grandes” sufrimientos (“Mi relación de pareja no es buena”, etc.), sino también los pequeños (“¡Mierda!, no encuentro el lápiz”). Los dos son sufrimiento.

Tercer paso: ¿Deseas o no librarte de todos los sufrimientos? ¿Estás preparado para asumir sacrificios sociales, como la posibilidad de perder a tu pareja o cambiar de trabajo, tirar a la basura casi todas tus ideas y conceptos, comenzar de nuevo con otra mente, desprenderte de lo que ahora ves como felicidad (que no es tal)? A cambio puedes recuperar tu propia naturaleza, con actitudes correctas y naturales, con intenciones correctas y naturales, con afecto benevolente correcto y natural, con la verdadera alegría y no con la falsa, con la verdadera compasión y no con la falsa, con la verdadera ecuanimidad y no con la falsa. ¿Te gustaría que ese cambio tuviera lugar? Si es así, escucha el Dharma, escucha a tu maestro. No es fácil, pero realmente merece la pena. Si eres capaz de este cambio, no será un escape: es la liberación.

Hay una expresión cruda que se aplica a todo aquel que habla de cambios y liberación personal: “Si no vas a cagar, sal del baño”.

(Shanjian Dashi, Enseñanzas Chan: Respuestas para los perplejos, págs. 151-153).

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